Mujeres de algodón por Begoña Cabaleiro

Trece entrevistas a trece mujeres son la base de MUJERES DE ALGODÓN. Mi primer libro. Ha significado mucho conocerlas, estar con ellas,…y también lograr convertirlo en una publicación.  Soy capaz. Y eso, espero, me llevará a que no sea el último.

Esta publicación aspira a ser un humilde homenaje a las mujeres que nos precedieron. A nuestras madres y abuelas, mujeres educadas en la sumisión, en la obediencia. Siempre al servicio de los demás. Mujeres inadvertidas, siempre en segundo plano, en una estructura social fuertemente jerarquizada. Vivieron los duros años de escasez y de hambre de la posguerra, en medio de una sociedad que parecía rodada en blanco y negro, en la que ellas, ocupaban el último escalón social. Algo que la propia sociedad se encargaba de perpetuar con la ayuda de la maquinaria ideológica del franquismo. Unos años donde el adoctrinamiento era continuo con una maquinaria institucional que iba desde tener sólo una fuente de noticias, la agencia EFE, con una fuerte censura en todas las expresiones culturales y artísticas y con una iglesia, con unos curas, que animaban a las mujeres a ocuparse de la familia, a tener sexo reproductivo, a mantenerse invisibles y al servicio de los demás. Y acaso, lo peor, una vecindad que velaba por mantener el decoro y la observancia de las buenas maneras de las mujeres, siempre sacrificadas siempre atendiendo a familiares mayores, a hijos pequeños y a maridos frustrados que en muchas ocasiones bebían de más.

Fueron mujeres a las que tenemos mucho que agradecer, porque a pesar de la dureza de sus vidas mantuvieron la alegría en sus casas y en sus familias. Trabajaron de manera denodada, algunas, como las de la algodonera, lo hicieron fuera de sus casas, poniendo los mimbres para comenzar nuestra liberación como mujeres. Lo hicieron de una manera invisible, sin manifestaciones multitudinarias, sin rápidas revoluciones. Apostaron por sacrificarse y que sus hijos e hijas tuvieran oportunidades vetadas a ellas Lo hicieron librando mil batallas contra la cotidianeidad. Haciendo “de un duro dos” , pequeños ahorros sisados a la vida diaria, de quitarse de la peluquería semanal, de evitar comprar productos de primera, de alargar la vida de la ropa y el calzado, de paseítos de9 domingo sin cine y sin helado, de misas sin aperitivo, de hablar con la vecina en el rellano y no en un café ….que sirvieron  para los  pagos de la  Universidad de los hijos, para pagar “la entrada” de un  piso o un negocio  para sus hijos e  hijas.

Un sacrificio que en demasiados casos supuso un enorme salto generacional. En apenas dos generaciones entre una abuela de origen pueblerino y, que justo sabía leer y escribir y una nieta de la transición, ha habido todo un mundo. Y muchas ganas, por parte de las nietas y nietos, como en una especie de rebeldía vital, tratar de huir de esas vidas de cuidados, de vidas llenas de dejarse el lomo, de tener otra relación con elcuerpo,… casi como un desprecio a sus mentalidades y vidas de sacrificio. Todo ello, sin habernos parado demasiado en las canciones de Largo Caballero, que cantaban nuestras abuelas a las que no hicimos demasiadas preguntas en una especie de prisa por dejar atrás un mundo de derrotas, de mujeres invisibles, que parecen pasar sin dejar huella.

Hubo un grupo de mujeres, en Andoain, ejemplo de otras, que lo hicieron en otros muchos lugares, que trabajaron duro también fuera de sus casas, en una fábrica, conocida como la algodonera.  Como una muestra representativa de una época que nos a traído a nuestros días, nos ha servido de inspiración.

A continuación, les referimos los encuentros con trece mujeres, trabajadoras de “la algodonera» de Andoain. Todas ellas representantes de una generación muy especial, esas últimas mujeres que saben exactamente la cantidad que supone una pizca de cualquier cosa, los gramos exactos que tiene una merluza hermosa, cuánto es un chorrito de aceite o de vino blanco, cuanto tiempo supone un chup-chup, y lo que supone un puñadito o darle lo que pida al guiso. Las mejores constructoras de tortillas de patata, lentejas y croquetas. Manos retorcidas por el reuma que siempre olieron a una fragancia mezcla de la colonia barata de  Myrurgia y ajo.

Ahora cargadas de años y recuerdos, con una pandemia que atenaza a esta generación a nuevos sacrificios, privados de salir de casa, de abrazos, besos, nietos y nietas,… ahora toca acordarnos de ellas. Somos lo que somos y quienes somos gracias a vosotras. Porque sí, si sois visibles, sí que habéis sido no sólo importantes, si no fundamentales habéis dejado huella en nuestras vidas. Y bien profunda en todas nosotras y nosotros.  GRACIAS MILLONES DE GRACIAS. Sois y habéis sido unas auténticas heroínas. Nuestra obligación generacional es arrancar de la desmemoria vuestro paso por nuestras vidas.

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